El guerrero de la luz conoce el valor de la persistencia y del coraje.
Muchas veces, durante el combate, él recibe golpes que no esperaba. Y comprende que, durante la guerra, el enemigo vencerá algunas batallas. Cuando esto sucede, él llora sus penas y descansa para recuperar un poco las energías. Pero inmediatamente después vuelve a luchar por sus sueños.
Porque cuanto más tiempo permanezca alejado, mayores son las posibilidades de sentirse débil, miedoso, intimidado. Cuando un jinete cae del caballo y no vuelve a montarlo al minuto siguiente, jamás tendrá el valor de hacerlo nuevamente.
Cuando se quiere algo, el Universo entero conspira en su favor. El guerrero de la luz lo sabe.
Por esta razón cuida mucho sus pensamientos. Escondidos bajo una serie de buenas intenciones existen sentimientos que nadie osa confesarse a sí mismo: venganza, autodestrucción, culpa o miedo de la victoria, la alegría macabra ante la tragedia de otros.
El Universo no juzga: conspira a favor de lo que deseamos. Por eso, el guerrero tiene el valor de mirar hasta las sombras de su alma y ver si no está pidiendo nada nocivo para sí mismo.
Y tiene siempre mucho cuidado de lo que piensa.
Jesús decía: “Que tu sí sea un sí y que tu no sea un no”. Cuando el guerrero asume una responsabilidad, mantiene su palabra.
Los que prometen y no cumplen, pierden el respeto hacia sí mismos, se avergüenzan de sus actos. La vida de estas personas consiste en huir; ellas gastan mucha más energía dando una serie de disculpas para deshonrar lo que dijeron, que la que usa el guerrero de la luz para mantener sus compromisos.
A veces él también asume una responsabilidad tonta, que derivará en su perjuicio. No volverá a repetir esa actitud, pero, aun así, cumple con honor lo que dijo y paga el precio de su impulsividad.
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